Por el Dr. Robert S. Mendelsohn
NON CREDO
No creo en la medicina moderna. Soy un
médico hereje. Mi objetivo con la publicación de este libro es conseguir que
usted también se convierta en un hereje.
No siempre he sido un médico hereje. En
otro tiempo creía en la medicina moderna.
En la facultad de medicina, no fui
capaz de reparar en la importancia de un estudio que se estaba llevando a cabo
en esa época sobre los efectos de la hormona DES (Dietilestilbestrol), porque
por aquel entonces yo todavía creía. ¿Quién podría haber sospechado que 20 años
después descubriríamos que el DES provoca cáncer vaginal y otros problemas
genitales en los hijos de las mujeres que recibieron el fármaco durante su
embarazo?
Confieso que no sospeché de la terapia
con oxígeno para los niños prematuros, ni siquiera a pesar de que las
maternidades más modernas y mejor equipadas tenían una incidencia de casos de
ceguera parcial de alrededor del 90% de todos nos niños nacidos con un peso más
bajo de lo normal. A pocos kilómetros de distancia, en un hospital bastante
grande, pero menos “avanzado”, la incidencia de dicha enfermedad –denominada
fibroplasia retrolental–, era de menos del 10%. Pedí a mis profesores de la
Facultad de Medicina que me explicaran el motivo de esa diferencia. Y les creí
cuando me dijeron que los doctores del hospital con menos recursos simplemente
no sabían cómo hacer un diagnóstico correcto.
Un año o dos después se demostró que la
fibroplasia retrolental se debía a las altas concentraciones de oxígeno
administradas a los recién nacidos. Las clínicas ricas tenían una incidencia de
casos de ceguera más alta porque contaban con los mejores equipos: las más
caras y modernas incubadoras de plástico que garantizaban que todo el oxígeno bombeado
en su interior llegaba al bebé. En las maternidades más modestas, sin embargo,
se usaban incubadoras más antiguas. Tenían forma de bañera y disponían de una
tapa metálica que no era hermética. De hecho, tenía tantas fugas que no
importaba mucho cuánto oxígeno se bombease en su interior: no llegaba al niño una
cantidad suficiente para cegarlo.
Y también creía todavía cuando
participé en la redacción de un artículo científico sobre el uso de la
Terramicina (un antibiótico) para el tratamiento de problemas respiratorios en
bebés prematuros. Afirmamos que no causaba efectos secundarios. Por supuesto
que no los causaba en aquel momento. No esperamos lo suficiente para averiguar
que ni la Terramicina –ni cualquier otro antibiótico– servían para mucho en ese
tipo de infecciones, y que, al igual que otros antibióticos basados en la
tetraciclina, de hecho provocaba tinción en los dientes de los niños y creaba
depósitos tóxicos en sus huesos.
Y confieso que creía en la irradiación
de las amígdalas, de los nódulos linfáticos y de la glándula del timo. Creía a
mis profesores cuando me decían que la radiación era peligrosa, por supuesto,
pero que las dosis que usábamos eran totalmente inofensivas.
Años después –al mismo tiempo que
descubrimos que la radiación “totalmente inofensiva” que habíamos sembrado una
o dos décadas antes estaba empezando a producir una cosecha de tumores de
tiroides–, no pude evitar preguntarme lo siguiente cuando mis antiguos
pacientes regresaron a mi consulta con nódulos en el tiroides: ¿Por qué volvéis
a visitarme a mí, si fui yo quien os
hizo esto?
Pero ya no creo en la Medicina Moderna.
Creo que a pesar de toda la
supertecnología y del exquisito trato que se supone que debe hacerle a usted
sentirse tan bien atendido como un astronauta de los que llegaron a la luna, el
mayor peligro para su salud es el doctor que practica la Medicina Moderna.
Creo que los tratamientos de la
Medicina Moderna son rara vez eficaces, y que con frecuencia son más peligrosos
que las enfermedades para cuyo tratamiento han sido desarrollados.
Creo que los peligros son agudizados
por el uso generalizado de procedimientos peligrosos para procesos que
realmente no son enfermedades.
Creo que más del noventa por ciento de
la Medicina Moderna podría desaparecer de la Tierra –incluidos doctores,
hospitales, fármacos y materiales–, y que el efecto sobre nuestra salud sería
positivo e inmediato.
Creo que la Medicina Moderna se ha
extralimitado, usando en situaciones cotidianas tratamientos diseñados para
estados críticos.
Cada minuto de cada día, la Medicina
Moderna se extralimita, porque la Medicina Moderna se enorgullece de extralimitarse. Un reciente artículo, titulado
“La Maravillosa Fábrica Médica de Cleveland”, alardeó de los logros de esa
Clínica de Cleveland durante el último año: “2980 operaciones a corazón
abierto, 1.3 millones de pruebas de laboratorio, 73320 electrocardiogramas,
7770 radiografías, 210378 estudios radiológicos, y 24368 procedimientos
quirúrgicos”.
No se ha demostrado que ninguno de
dichos procedimientos haya tenido algo que ver con el mantenimiento o la recuperación
de la salud. Y el artículo, que fue publicado en la revista de la propia
Clínica, no se jacta de que ninguna persona fuera ayudada por toda esa gran
cantidad de caras extravagancias. Y eso es así porque el producto de esa
fábrica no es en absoluto la salud.
Por tanto, cuando va al médico, a usted
no lo ven como una persona que necesita ayuda, sino como un potencial
consumidor de los productos de la fábrica médica.
Si está usted embarazada, cuando vaya
al médico la tratarán como si estuviera enferma. El embarazo es una enfermedad
de nueve meses que debe ser tratada, y por ello le venderán suero intravenoso,
monitores fetales, un arsenal de fármacos, una episiotomía totalmente
innecesaria, y su producto más destacado: la cesárea.
Si usted comete el error de ir al
médico por un resfriado o por una gripe, el doctor es capaz de recetarle
antibióticos, que no solamente son inútiles contra el resfriado y la gripe,
sino que además pueden provocarle problemas más importantes.
Si su hijo es muy activo y el profesor
no puede manejarlo bien, es posible que su médico se extralimite y le convierta
en un adicto a los fármacos.
Si un día su bebé come menos de lo
habitual y no gana peso al ritmo que el manual del doctor dice, es posible que le
recete fármacos para llenar el estómago del bebé con fórmulas artificiales, lo
cual es peligroso.
Su usted es lo bastante insensato como
para realizarse su revisión anual rutinaria, es posible que la antipatía de la
recepcionista o la propia presencia del médico pueda elevarle su presión
sanguínea tanto que no se irá con las manos vacías. Otra vida “salvada” por los
fármacos contra la hipertensión. Y otra vida sexual arruinada, porque la
impotencia se debe más al efecto de los fármacos que a problemas psicológicos.
Si usted es tan desafortunado como para
estar cerca de un hospital cuando se aproximen sus últimos días sobre la
Tierra, su médico se asegurará de que su cama de 500 dólares diarios esté
equipada con los últimos dispositivos electrónicos, y de que un grupo de
desconocidos escuche sus últimas palabras. Pero como esos extraños cobran para
mantener a su familia alejada de usted, no tendrá nada que decir. Su último
sonido será el pitido electrónico del electrocardiograma. Sus familiares sí participarán en cierto modo: pagarán
las facturas.
No es de extrañar que los niños tengan
miedo de los médicos. ¡Ellos sí que
saben! Todavía no tienen corrompidos los instintos que detectan el
verdadero peligro. Los adultos también les tienen miedo, pero no pueden
admitirlo, ni siquiera en su fuero interno. Lo que ocurre es que sienten miedo
de otra cosa. Los adultos aprendemos a temer no al médico, sino a lo que nos ha
llevado a su consulta: nuestro cuerpo y sus procesos naturales.
Cuando temes algo, lo evitas. Lo
ignoras. Te avergüenzas de ello. Simulas que no existe. Dejas que otro se preocupe
de ello. Así es como el médico gana. Nosotros le dejamos. Le decimos: “No
quiero tener nada que ver con esto, con
mi cuerpo y sus problemas, doctor. Haga lo que tenga que hacer”.
Y el médico lo hace.
Cuando los médicos son criticados por
no hablar a sus pacientes sobre los efectos secundarios de los fármacos que les
recetan, se defienden asegurando que esa honestidad afectaría a la relación
médico-paciente. Esa línea de defensa implica que la relación médico-paciente
está basada en algo distinto del conocimiento. Está basada en la fe.
No decimos que sabemos que nuestros médicos
son buenos, decimos que tenemos fe en
ellos. Confiamos en ellos.
No crea usted que el médico no se da
cuenta de la diferencia. Y no crea ni por un minuto que los médicos no se
aprovechan de ella. Porque lo que está en juego es el sistema completo, el
noventa por ciento o más de la Medicina Moderna que no necesitamos, y que, de
hecho, intenta matarnos.
La Medicina Moderna no puede sobrevivir
sin nuestra fe, porque la Medicina Moderna no es un arte ni una ciencia. Es una
religión.
Una definición de la religión la
describe como un esfuerzo organizado para ocuparse de todas las cosas raras y
misteriosas que están en nuestro interior, y también las que nos rodean. La
Iglesia de la Moderna Medicina se ocupa de los fenómenos más raros y
misteriosos: el nacimiento, la muerte y todas las malas pasadas que entre ambos
acontecimientos nos juega nuestro cuerpo, y nosotros a él. En The Golden Bough (La Rama Dorada), la religión se define como un intento de ganarnos
el favor de “poderes superiores al ser humano, que se cree que dirigen y
controlan el curso de la naturaleza y de la vida humana”.
Si la gente no gasta miles de millones
de dólares en la Iglesia de la Moderna Medicina para ganarse el favor de los
poderes que dirigen y controlan la vida humana, ¿en qué lo van a gastar si no?
Es común a todas las religiones la
afirmación de que la realidad no está limitada a lo que podemos ver, oír,
sentir, saborear u oler, y que tampoco depende de todo eso. Usted puede
comprobar que la religión médica moderna cumple esta característica simplemente
realizando una pregunta a su médico varias veces: “¿Por qué ”. ¿Por qué me receta este fármaco? ¿Por qué me va ayudar esta operación? ¿Por qué tengo que
hacer eso? ¿Por qué tiene que hacerme eso usted?
Simplemente pregunte por qué un número suficiente de veces y
tarde o temprano llegará al Abismo de la Fe. Su médico se escudará en el hecho
de que usted no tiene forma de saber ni de entender todas las maravillas que él
controla. Simplemente confíe en mí.
Acaba usted de recibir su primera
lección de herejía médica. La Segunda Lección es que si un médico alguna vez
quiere que usted haga algo que usted tenga miedo de hacer, y usted le pregunta por qué un número suficiente de veces
hasta que él diga “Confíe En Mí”, lo que usted debe hacer es darse la vuelta y
poner entre él y usted tanta distancia como su estado de salud le permita.
Desafortunadamente, pocas personas
hacen eso. Se rinden. Permiten que el miedo a la mascarilla de hechicero del
médico, al desconocido espíritu que se esconde detrás de ella, y al misterio de
lo que está sucediendo y de lo que sucederá, se transforme en un respeto
reverencial por todo el espectáculo.
Pero usted no debe consentir que el
doctor hechicero consiga lo que desee. Usted puede liberarse de la Medicina
Moderna, sin que ello suponga que usted vaya a poner en riesgo su salud. En
realidad, así su salud correrá menos riesgo, porque no hay ninguna actividad
más peligrosa que entrar sin estar
preparado en la consulta de un médico, en una clínica, o en un hospital. Y
con lo de estar preparado no quiero
decir que deba asegurarse de haber cumplimentado los impresos de su seguro. Quiero
decir que usted debe entrar y salir con vida y cumplir su misión. Para eso, usted necesita instrumentos
apropiados, habilidad y astucia.
El primer instrumento que usted debe
tener es el conocimiento de su enemigo. Una vez que haya usted comprendido que
la Medicina Moderna es una religión, usted podrá luchar contra ella y
defenderse más eficazmente que si creyera que está usted luchando contra un
arte o una ciencia. Por supuesto, la Iglesia de la Medicina Moderna nunca se
autodenomina “iglesia”. Usted nunca verá un edificio médico dedicado a la
religión de la medicina, siempre estará dedicado a las artes médicas, o a la ciencia
médica.
La Medicina Moderna depende de la fe
para sobrevivir. Todas las religiones depende de ella. La Iglesia de la
Medicina Moderna depende tanto de la fe que si todos de alguna forma se
olvidaran de creer en ella un solo día, todo el sistema se derrumbaría. Porque,
¿cómo si no podría cualquier institución conseguir que la gente haga lo que la
Medicina Moderna consigue que haga, sin inducirles a la suspensión profunda de
cualquier duda? ¿Si la gente no tuviera fe, permitiría ser anestesiada y ser
cortada en pedazos, en un proceso del que no pueden tener ni la más mínima
noción? ¿Si la gente no tuviera fe, se tomaría miles de toneladas de pastillas
cada año, de nuevo sin el más mínimo conocimiento de lo que los productos
químicos que contienen les van a hacer?
Si la Medicina Moderna tuviera que
demostrar sus procedimientos objetivamente, este libro no sería necesario. Por
eso voy a demostrar que la Medicina Moderna no es una iglesia en la que usted
deba tener fe.
Algunos médicos tienen miedo de asustar
a sus pacientes. Mientras esté leyendo este libro usted será, en cierto modo,
mi paciente. Creo que usted debe
tener miedo. Es de esperar que tenga miedo cuando su bienestar y su libertad
son amenazadas. Y en este momento usted está siendo amenazado.
Si está usted preparado para conocer
algunos datos impactantes que su médico conoce, pero que no le contará; si
usted está preparado para descubrir que su médico es peligroso; sin está usted
preparado para aprender a protegerse de su médico, entonces usted debe seguir
leyendo, porque de todo eso trata este libro.
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