miércoles, 1 de agosto de 2012

CONFESIONES DE UN MÉDICO HEREJE




Por el Dr. Robert S. Mendelsohn


NON CREDO

No creo en la medicina moderna. Soy un médico hereje. Mi objetivo con la publicación de este libro es conseguir que usted también se convierta en un hereje.

No siempre he sido un médico hereje. En otro tiempo creía en la medicina moderna.

En la facultad de medicina, no fui capaz de reparar en la importancia de un estudio que se estaba llevando a cabo en esa época sobre los efectos de la hormona DES (Dietilestilbestrol), porque por aquel entonces yo todavía creía. ¿Quién podría haber sospechado que 20 años después descubriríamos que el DES provoca cáncer vaginal y otros problemas genitales en los hijos de las mujeres que recibieron el fármaco durante su embarazo?

Confieso que no sospeché de la terapia con oxígeno para los niños prematuros, ni siquiera a pesar de que las maternidades más modernas y mejor equipadas tenían una incidencia de casos de ceguera parcial de alrededor del 90% de todos nos niños nacidos con un peso más bajo de lo normal. A pocos kilómetros de distancia, en un hospital bastante grande, pero menos “avanzado”, la incidencia de dicha enfermedad –denominada fibroplasia retrolental–, era de menos del 10%. Pedí a mis profesores de la Facultad de Medicina que me explicaran el motivo de esa diferencia. Y les creí cuando me dijeron que los doctores del hospital con menos recursos simplemente no sabían cómo hacer un diagnóstico correcto.

Un año o dos después se demostró que la fibroplasia retrolental se debía a las altas concentraciones de oxígeno administradas a los recién nacidos. Las clínicas ricas tenían una incidencia de casos de ceguera más alta porque contaban con los mejores equipos: las más caras y modernas incubadoras de plástico que garantizaban que todo el oxígeno bombeado en su interior llegaba al bebé. En las maternidades más modestas, sin embargo, se usaban incubadoras más antiguas. Tenían forma de bañera y disponían de una tapa metálica que no era hermética. De hecho, tenía tantas fugas que no importaba mucho cuánto oxígeno se bombease en su interior: no llegaba al niño una cantidad suficiente para cegarlo.

Y también creía todavía cuando participé en la redacción de un artículo científico sobre el uso de la Terramicina (un antibiótico) para el tratamiento de problemas respiratorios en bebés prematuros. Afirmamos que no causaba efectos secundarios. Por supuesto que no los causaba en aquel momento. No esperamos lo suficiente para averiguar que ni la Terramicina –ni cualquier otro antibiótico– servían para mucho en ese tipo de infecciones, y que, al igual que otros antibióticos basados en la tetraciclina, de hecho provocaba tinción en los dientes de los niños y creaba depósitos tóxicos en sus huesos.

Y confieso que creía en la irradiación de las amígdalas, de los nódulos linfáticos y de la glándula del timo. Creía a mis profesores cuando me decían que la radiación era peligrosa, por supuesto, pero que las dosis que usábamos eran totalmente inofensivas.

Años después –al mismo tiempo que descubrimos que la radiación “totalmente inofensiva” que habíamos sembrado una o dos décadas antes estaba empezando a producir una cosecha de tumores de tiroides–, no pude evitar preguntarme lo siguiente cuando mis antiguos pacientes regresaron a mi consulta con nódulos en el tiroides: ¿Por qué volvéis a visitarme a mí, si fui yo quien os hizo esto?

Pero ya no creo en la Medicina Moderna.

Creo que a pesar de toda la supertecnología y del exquisito trato que se supone que debe hacerle a usted sentirse tan bien atendido como un astronauta de los que llegaron a la luna, el mayor peligro para su salud es el doctor que practica la Medicina Moderna.

Creo que los tratamientos de la Medicina Moderna son rara vez eficaces, y que con frecuencia son más peligrosos que las enfermedades para cuyo tratamiento han sido desarrollados.

Creo que los peligros son agudizados por el uso generalizado de procedimientos peligrosos para procesos que realmente no son enfermedades.

Creo que más del noventa por ciento de la Medicina Moderna podría desaparecer de la Tierra –incluidos doctores, hospitales, fármacos y materiales–, y que el efecto sobre nuestra salud sería positivo e inmediato.

Creo que la Medicina Moderna se ha extralimitado, usando en situaciones cotidianas tratamientos diseñados para estados críticos.

Cada minuto de cada día, la Medicina Moderna se extralimita, porque la Medicina Moderna se enorgullece de extralimitarse. Un reciente artículo, titulado “La Maravillosa Fábrica Médica de Cleveland”, alardeó de los logros de esa Clínica de Cleveland durante el último año: “2980 operaciones a corazón abierto, 1.3 millones de pruebas de laboratorio, 73320 electrocardiogramas, 7770 radiografías, 210378 estudios radiológicos, y 24368 procedimientos quirúrgicos”.

No se ha demostrado que ninguno de dichos procedimientos haya tenido algo que ver con el mantenimiento o la recuperación de la salud. Y el artículo, que fue publicado en la revista de la propia Clínica, no se jacta de que ninguna persona fuera ayudada por toda esa gran cantidad de caras extravagancias. Y eso es así porque el producto de esa fábrica no es en absoluto la salud.

Por tanto, cuando va al médico, a usted no lo ven como una persona que necesita ayuda, sino como un potencial consumidor de los productos de la fábrica médica.

Si está usted embarazada, cuando vaya al médico la tratarán como si estuviera enferma. El embarazo es una enfermedad de nueve meses que debe ser tratada, y por ello le venderán suero intravenoso, monitores fetales, un arsenal de fármacos, una episiotomía totalmente innecesaria, y su producto más destacado: la cesárea.

Si usted comete el error de ir al médico por un resfriado o por una gripe, el doctor es capaz de recetarle antibióticos, que no solamente son inútiles contra el resfriado y la gripe, sino que además pueden provocarle problemas más importantes.

Si su hijo es muy activo y el profesor no puede manejarlo bien, es posible que su médico se extralimite y le convierta en un adicto a los fármacos.

Si un día su bebé come menos de lo habitual y no gana peso al ritmo que el manual del doctor dice, es posible que le recete fármacos para llenar el estómago del bebé con fórmulas artificiales, lo cual es peligroso.

Su usted es lo bastante insensato como para realizarse su revisión anual rutinaria, es posible que la antipatía de la recepcionista o la propia presencia del médico pueda elevarle su presión sanguínea tanto que no se irá con las manos vacías. Otra vida “salvada” por los fármacos contra la hipertensión. Y otra vida sexual arruinada, porque la impotencia se debe más al efecto de los fármacos que a problemas psicológicos.

Si usted es tan desafortunado como para estar cerca de un hospital cuando se aproximen sus últimos días sobre la Tierra, su médico se asegurará de que su cama de 500 dólares diarios esté equipada con los últimos dispositivos electrónicos, y de que un grupo de desconocidos escuche sus últimas palabras. Pero como esos extraños cobran para mantener a su familia alejada de usted, no tendrá nada que decir. Su último sonido será el pitido electrónico del electrocardiograma. Sus familiares participarán en cierto modo: pagarán las facturas.

No es de extrañar que los niños tengan miedo de los médicos. ¡Ellos sí que saben! Todavía no tienen corrompidos los instintos que detectan el verdadero peligro. Los adultos también les tienen miedo, pero no pueden admitirlo, ni siquiera en su fuero interno. Lo que ocurre es que sienten miedo de otra cosa. Los adultos aprendemos a temer no al médico, sino a lo que nos ha llevado a su consulta: nuestro cuerpo y sus procesos naturales.

Cuando temes algo, lo evitas. Lo ignoras. Te avergüenzas de ello. Simulas que no existe. Dejas que otro se preocupe de ello. Así es como el médico gana. Nosotros le dejamos. Le decimos: “No quiero tener nada que ver con esto, con mi cuerpo y sus problemas, doctor. Haga lo que tenga que hacer”.

Y el médico lo hace.

Cuando los médicos son criticados por no hablar a sus pacientes sobre los efectos secundarios de los fármacos que les recetan, se defienden asegurando que esa honestidad afectaría a la relación médico-paciente. Esa línea de defensa implica que la relación médico-paciente está basada en algo distinto del conocimiento. Está basada en la fe.

No decimos que sabemos que nuestros médicos son buenos, decimos que tenemos fe en ellos. Confiamos en ellos.

No crea usted que el médico no se da cuenta de la diferencia. Y no crea ni por un minuto que los médicos no se aprovechan de ella. Porque lo que está en juego es el sistema completo, el noventa por ciento o más de la Medicina Moderna que no necesitamos, y que, de hecho, intenta matarnos.

La Medicina Moderna no puede sobrevivir sin nuestra fe, porque la Medicina Moderna no es un arte ni una ciencia. Es una religión.

Una definición de la religión la describe como un esfuerzo organizado para ocuparse de todas las cosas raras y misteriosas que están en nuestro interior, y también las que nos rodean. La Iglesia de la Moderna Medicina se ocupa de los fenómenos más raros y misteriosos: el nacimiento, la muerte y todas las malas pasadas que entre ambos acontecimientos nos juega nuestro cuerpo, y nosotros a él. En The Golden Bough (La Rama Dorada), la religión se define como un intento de ganarnos el favor de “poderes superiores al ser humano, que se cree que dirigen y controlan el curso de la naturaleza y de la vida humana”.

Si la gente no gasta miles de millones de dólares en la Iglesia de la Moderna Medicina para ganarse el favor de los poderes que dirigen y controlan la vida humana, ¿en qué lo van a gastar si no?

Es común a todas las religiones la afirmación de que la realidad no está limitada a lo que podemos ver, oír, sentir, saborear u oler, y que tampoco depende de todo eso. Usted puede comprobar que la religión médica moderna cumple esta característica simplemente realizando una pregunta a su médico varias veces: “¿Por qué ”. ¿Por qué me receta este fármaco? ¿Por qué me va  ayudar esta operación? ¿Por qué tengo que hacer eso? ¿Por qué tiene que hacerme eso usted?

Simplemente pregunte por qué un número suficiente de veces y tarde o temprano llegará al Abismo de la Fe. Su médico se escudará en el hecho de que usted no tiene forma de saber ni de entender todas las maravillas que él controla. Simplemente confíe en mí.

Acaba usted de recibir su primera lección de herejía médica. La Segunda Lección es que si un médico alguna vez quiere que usted haga algo que usted tenga miedo de hacer, y usted le pregunta por qué un número suficiente de veces hasta que él diga “Confíe En Mí”, lo que usted debe hacer es darse la vuelta y poner entre él y usted tanta distancia como su estado de salud le permita.

Desafortunadamente, pocas personas hacen eso. Se rinden. Permiten que el miedo a la mascarilla de hechicero del médico, al desconocido espíritu que se esconde detrás de ella, y al misterio de lo que está sucediendo y de lo que sucederá, se transforme en un respeto reverencial por todo el espectáculo.

Pero usted no debe consentir que el doctor hechicero consiga lo que desee. Usted puede liberarse de la Medicina Moderna, sin que ello suponga que usted vaya a poner en riesgo su salud. En realidad, así su salud correrá menos riesgo, porque no hay ninguna actividad más peligrosa que entrar sin estar preparado en la consulta de un médico, en una clínica, o en un hospital. Y con lo de estar preparado no quiero decir que deba asegurarse de haber cumplimentado los impresos de su seguro. Quiero decir que usted debe entrar y salir con vida y cumplir su misión. Para eso, usted necesita instrumentos apropiados, habilidad y astucia.

El primer instrumento que usted debe tener es el conocimiento de su enemigo. Una vez que haya usted comprendido que la Medicina Moderna es una religión, usted podrá luchar contra ella y defenderse más eficazmente que si creyera que está usted luchando contra un arte o una ciencia. Por supuesto, la Iglesia de la Medicina Moderna nunca se autodenomina “iglesia”. Usted nunca verá un edificio médico dedicado a la religión de la medicina, siempre estará dedicado a las artes médicas, o a la ciencia médica.

La Medicina Moderna depende de la fe para sobrevivir. Todas las religiones depende de ella. La Iglesia de la Medicina Moderna depende tanto de la fe que si todos de alguna forma se olvidaran de creer en ella un solo día, todo el sistema se derrumbaría. Porque, ¿cómo si no podría cualquier institución conseguir que la gente haga lo que la Medicina Moderna consigue que haga, sin inducirles a la suspensión profunda de cualquier duda? ¿Si la gente no tuviera fe, permitiría ser anestesiada y ser cortada en pedazos, en un proceso del que no pueden tener ni la más mínima noción? ¿Si la gente no tuviera fe, se tomaría miles de toneladas de pastillas cada año, de nuevo sin el más mínimo conocimiento de lo que los productos químicos que contienen les van a hacer?

Si la Medicina Moderna tuviera que demostrar sus procedimientos objetivamente, este libro no sería necesario. Por eso voy a demostrar que la Medicina Moderna no es una iglesia en la que usted deba tener fe.

Algunos médicos tienen miedo de asustar a sus pacientes. Mientras esté leyendo este libro usted será, en cierto modo, mi paciente. Creo que usted debe tener miedo. Es de esperar que tenga miedo cuando su bienestar y su libertad son amenazadas. Y en este momento usted está siendo amenazado.

Si está usted preparado para conocer algunos datos impactantes que su médico conoce, pero que no le contará; si usted está preparado para descubrir que su médico es peligroso; sin está usted preparado para aprender a protegerse de su médico, entonces usted debe seguir leyendo, porque de todo eso trata este libro.

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