Por Escépticos de la vivisección
La ciencia se basa en la desconfianza. Eso significa que cuando un
científico afirma algo tiene que demostrarlo. La demostración se realiza
generalmente usando el método experimental. También significa que todos debemos
desconfiar de sus palabras si no están avaladas con pruebas. Eso vale para
todos los ámbitos de la investigación. En consecuencia, si un investigador
afirma, por ejemplo, que los extraterrestres existen, es él quien debe
demostrar que es así suministrando pruebas materiales que puedan ser
analizadas. Nadie tiene por qué demostrarle a él que los extraterrestres no
existen, y nadie tiene por qué demostrar tampoco que la vivisección no es útil
para la salud humana. Son los que experimentan con animales quienes deben demostrar
que la vivisección tiene utilidad para nuestra especie.
Sin embargo, ocurre todo lo contrario. Cuando un científico habla
sobre los experimentos que él u otros han realizado, inmediatamente la sociedad
en general confía en sus palabras y asume que los resultados obtenidos son
válidos. Muchos supuestos defensores de los animales también actúan así,
asumiendo que la vivisección ha sido y es útil o beneficiosa para la humanidad,
aunque aseguran que es cruel e inaceptable. En algunos casos, se limitan a criticar
algunos experimentos especialmente absurdos, como los de toxicidad aguda, pero
no llegan a condenar la vivisección ni se atreven a considerarla una actividad
fraudulenta.
¿Por qué no abordan seriamente la cuestión, como hacen cuando
defienden el veganismo científicamente? Imaginemos que alguien dice que el
consumo de productos de origen animal es imprescindible para la salud humana.
Obviamente, tal afirmación es absurda y no puede demostrarse, por lo que los
defensores de los animales sólo deben refutarla empleando datos sobre la
composición de los alimentos y las necesidades nutricionales de los humanos. De
este modo, cuando alguien asegura que comer carne es necesario para un ser
humano, en primer lugar debería demostrarlo, y en segundo lugar nosotros
tenemos que proporcionar datos relevantes para probar que tal afirmación no es
científica, sino religiosa, con objeto de evitar que los crédulos acepten las
ideas irracionales de los partidarios del consumo de carne.
Otro de los errores de los viviseccionistas es recurrir a las
afirmaciones pseudocientíficas. Podemos sostener que una afirmación es
pseudocientífica si observamos que no es posible demostrar que es falsa ni
siquiera aunque efectivamente lo sea. Para ejemplificar nuestra aseveración
recurramos otra vez a los extraterrestres. Imaginemos que un científico dice lo
siguiente, sin presentar pruebas: “Los extraterrestres existen”. Supongamos
también que los extraterrestres de hecho no existen. ¿Cómo podríamos
demostrarlo, teniendo en cuenta que el universo quizá sea infinito y no podemos
explorarlo completamente en la actualidad? No podríamos, y por tanto, afirmar
sin pruebas que los extraterrestres existen es efectuar una aseveración
pseudocientífica.
Analicemos en este punto las afirmaciones de los viviseccionistas.
Cuando aseguran que “la vivisección salva vidas”, están haciendo lo mismo que
alguien que sostuviera que existe la vida extraterrestre, porque nadie puede
probar que la vivisección salve vidas. ¿Quién puede demostrar empíricamente que
un ser humano ha salvado o puede salvar su vida gracias a la realización de uno
o varios experimentos con animales humanos o no humanos? Uno puede tener fe y
creerlo, pero no es lógico que pretenda que los demás crean algo que no está
basado en datos objetivos. Y aunque sea falso que la vivisección salva vidas,
ni siquiera podría demostrarse, porque es una afirmación subjetiva, ya que
nadie puede analizar todos los casos de curaciones, ni atribuir estas últimas a
las prácticas viviseccionistas total o parcialmente. Lo mismo puede decirse de
otras falacias, como decir que “la vivisección es imprescindible para la
ciencia”, o que “si la experimentación se ilegaliza la salud humana empeorará”.
Sin embargo, a la inversa sí puede asegurarse que la vivisección
ha causado y causa muertes y problemas a la humanidad. Por ejemplo, si alguien
realiza experimentos para comprobar los efectos de un fármaco en los fetos
humanos, usando animales que no sean de la especie humana, y a continuación usa
los resultados para confirmar que el producto es seguro para las mujeres
embarazadas, podría provocar una catástrofe como la que se causó con la
Talidomida, un producto farmacéutico que provocó malformaciones y muertes en
fetos humanos a pesar de haber sido declarado seguro en la fase experimental
viviseccionista. El problema no fue que no se emplearan las especies adecuadas,
ni que los ejercicios se efectuaran incorrectamente. El problema fue y es que
los experimentos con animales de especies no humanas no garantizan que el fármaco
no sea teratogénico en la especie humana, aunque no lo sea en otras especies, y
así lo admiten las farmacéuticas en los prospectos de los medicamentos.
¿Por qué siguen realizándose esos experimentos, y todos los demás
que se llevan a cabo en los laboratorios de todo el planeta, si ellos mismos
admiten que no son predictivos? La respuesta es simple. La vivisección es una
religión, y como tal, no está basada en la razón, ni en datos comprobables.
Tampoco está basada en el método experimental, porque los experimentos con
animales no son reproducibles. Los resultados varían en función de la especie
usada, del ciclo de luz y oscuridad, del estado anímico de los animales, de la
época del año en la que se llevan a cabo los ejercicios, etc.
Si a todo eso añadimos que generalmente se usan ratas y ratones en
los experimentos, porque son animales manejables, pequeños y baratos (no porque
se parezcan a nosotros más que otras especies como los hipopótamos, las
jirafas, las gacelas, etc.), llegamos a la conclusión clara de que tener
confianza en la experimentación animal es anteponer la fe a la razón.
Recordémoslo la próxima vez que alguien defienda la vivisección:
son los viviseccionistas los que deben demostrar que la vivisección es útil;
los antiviviseccionistas no tienen por qué demostrar que no lo es, aunque ya
hemos visto que es muy fácil hacerlo.
Publicado en Revista Tiempo Animal No. 3, México.
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