POR
PIETRO CROCE
La idea fundamental del antiviviseccionismo científico queda expresada
en la siguiente proposición: Ningún
experimento realizado con una especie puede ser extrapolado a ninguna otra
especie. Este concepto básico
ha sido aceptado no solamente por la mayoría de los antiviviseccionistas, sino
también por los viviseccionistas que después de haberse percatado de la falta
de fiabilidad de la experimentación animal han decidido utilizar al propio ser
humano como modelo experimental para los seres humanos. Debemos considerarlos
aliados de los antiviviseccionistas, porque admiten que la experimentacióninter species (entre especies) tiene que ser rechazada totalmente. Sin embargo,
siguen manteniendo que es válida la noción de la experimentación intra speciem (dentro de una misma especie), un método al que los
antiviviseccionistas ponen estrictos límites, y no solamente por motivos
éticos.
La
experimentación intra speciem -que implica utilizar al ser humano
como modelo experimental para la especie “humana”, al perro como modelo
experimental para la especie “canina”- de hecho ofrece una alternativa
atractiva que parece impecable desde el punto de vista lógico y científico. Sin
embargo, no lo es. Por el contrario, la experimentación intra speciem es
en muchos casos tan engañosa como la experimentación inter species.
Esto es así porque se fundamenta en el error positivista básico que consiste en
intentar aplicar métodos analíticos a las ciencias biológicas y naturales, y
basándose en ellos subdividen los organismos vivos en las partes que los
componen, las analizan y a continuación proceden a volver a ensamblarlas como
si fueran partes de un rompecabezas, con la errónea creencia de que la suma del
conocimiento de las partes equivale al conocimiento completo del todo.
No
obstante, dicho planteamiento ignora un elemento imponderable que cada uno
designamos con un nombre de acuerdo con nuestras raíces culturales, religiosas
y nacionales. Podríamos denominarlo “alma”, “psique”, “inteligencia” o
“espíritu”. Yo prefiero el término Vida, un atributo inmanente que
está presente en todo lo que se mueve, crece, sufre, se reproduce y muere: es
un atributo que no puede ser analizado ni cuantificado con procedimientos
físicos, químicos o matemáticos, pero que a pesar de todo existe.
Un
científico ortodoxo podría objetar lo siguiente: “No creo en un atributo que no
puede ser analizado, precisamente porque no puede ser analizado. No creo en
nada que no pueda ver o tocar”. ¿Y cómo puede responderse a estas afirmaciones?
Usando el mismo lenguaje uno podría replicar lo siguiente: “Durante millones de
años la gente no pudo tocar ni ver las ondas de radio, ni la luz infrarroja, ni
los rayos cósmicos, ni la luz ultravioleta… pero a pesar de ello existían”.
“La
aplicación sistemática del método analítico a las ciencias biológicas y
naturales ha negado ese elemento denominado ‘Vida’ y ha llevado a la ciencia
médica a un callejón sin salida, y para salir de él las generaciones futuras
necesitarán dedicar todo su tiempo y todas sus energías” (Lépine, 1967). No
obstante, la luz está empezando a brillar a través de unas pocas grietas que
están aumentando más rápidamente de lo que podría esperarse.
Este
proceso de neo-civilización debe mucho al contacto cada vez más frecuente y
sencillo con los sabios, místicos, poetas y filósofos orientales. Esto no
quiere decir que Occidente deba adoptar los modos de vida y pensamiento de
Oriente, pero sí significa que tenemos que admitir que el modo occidental de
vivir, pensar y aprender (o lo que es lo mismo, usar exclusivamente la ciencia)
no es el único posible; no posee el don de la santidad ni el de la
infalibilidad, ni tampoco es la llave de los secretos del universo. Muchas
personas, incluso a pesar de no haber recibido formación científica (o quizá
precisamente por esa razón), han llegado a comprender esta realidad
intuitivamente. Es algo que queda demostrado por el número creciente de
personas de diferentes grupos sociales y religiosos que están adoptando modos
de pensar distintos de los de la mayoría, eligiendo con libertad y valentía
nuevas formas de vida.
Volvamos
a la cuestión de los experimentos viviseccionistas con humanos. Como
argumentamos anteriormente, la experimentaciónintra speciem es con
frecuencia tan engañosa como la experimentación inter species,
especialmente cuando se trata de experimentación con humanos.
La
experimentación con humanos fue ampliamente practicada en los campos de
concentración nazis. El siguiente es un ejemplo típico de esos experimentos y
tuvo lugar en los barracones de los deportados judíos. Un doctor les dio 24
horas para decidir si se ofrecían como voluntarios para un experimento. Al día
siguiente, se presentaron muchos “voluntarios” para el proyecto. Fueron seleccionados
10 de ellos, de entre 20 y 30 años de edad. Fueron trasladados a unas
instalaciones limpias y cómodas equipadas con buenas camas y baños decentes. La
comida era abundante y de calidad. Sin embargo, los prisioneros sabían lo que
les esperaba al final de esa carretera tan bien pavimentada, y a su debido
tiempo llegaba el día del experimento.
¿Cuál
era el propósito del experimento? “¿Durante cuántas horas puede un humano
aguantar la inmersión en agua a temperaturas de entre 10 y 12 grados
centígrados?” Ésa era la situación en la que se encontraban los pilotos de
la Lutwaffe cuando se veían obligados a lanzarse en paracaídas
en el Mar del Norte. Querían saber cuántas horas tenían las fuerzas navales y
aéreas alemanas para rescatarlos. El experimento se llevó a cabo en una
piscina. La agonía fue controlada con un cronómetro.
Éste fue
solamente uno de los muchos experimentos realizados con prisioneros. Los
archivos de Núremberg contienen informes de otras muchas atrocidades cometidas
con propósitos experimentales, pero para nuestra tesis es suficiente comentar
uno de ellos. Lo hemos mencionado no con el propósito de provocar críticas
basadas en fundamentos éticos, sino para evaluar objetivamente la validezcientífica del
experimento.
En
realidad, el experimento carece de validez científica. Los doctores que lo
realizaron sabían que habría sido absurdo utilizar animales y que con ese
método “clínico” demostraban que su planteamiento era digno de la instrucción
que habían recibido en sus excelentes universidades alemanas. Estaban
equivocados, enormemente equivocados, al igual que lo estaban también los
responsables de las universidades. El error podemos resumirlo en la siguiente
afirmación: “En muchos casos los humanos no son modelos experimentales
apropiados para los humanos”. ¿Por qué no? Porque en el mismo momento en el que
una persona deja de serlo y se convierte en un modelo experimental, queda
destruida la unión entre el cuerpo y el alma, el soma y la psique, la materia y
la Vida. El investigador entonces no dispone más que de un trozo de materia
vacía que tiene poco en común con la materia que poco antes actuaba como un
vehículo para la Vida y la contenía en su seno.
Intentemos
contestar la siguiente pregunta: ¿Podemos comparar una de esas desventuradas
víctimas –separadas de su familia, transportadas en vagones para animales
durante días sin comida ni agua, que eran hacinadas en sucios barracones, y que
al final eran engordadas como cerdos para la matanza antes de experimentar una
muerte horrible– con un piloto joven en buen estado físico, poseído por la
emoción propia de la batalla, con determinación de sobrevivir y consciente de
que sus camaradas tratarán de acudir en su rescate? ¿Acaso podemos establecer
alguna comparación entre el conejillo de indias judío y el piloto heroico, y
alguien duda quién de los dos es el que podría sobrevivir más tiempo en el agua
fría? La respuesta parece evidente. “El conejillo de indias judío moriría
primero, parece bastante obvio”. Sin embargo, no es así. Si analizamos la cuestión
desde otro ángulo la conclusión es opuesta. Comparemos de nuevo el estado
físico y psicológico de los dos sujetos, esta vez desde otro punto de vista:
1. El judío víctima (o “modelo experimental”) del ensayo, privado de toda
esperanza, se contrae en sí mismo y se prepara para su inminente liberación a
manos de la muerte. Con su estado de introversión y resignación sus fuerzas
vitales se deprimen, se relaja su tono muscular y se reduce la producción de
hormonas reactivas (adrenalina y esteroides). El metabolismo queda ralentizado,
los tejidos producen menos calor y éste se pierde en menor medida en el agua,
por lo que la muerte por hipotermia se demora.
2. Como contraste, el piloto combatiente pone en guardia todas sus energías
mentales y físicas y se mantiene alerta y activo: aumenta la producción de
hormonas reactivas, se eleva el tono muscular, aumenta la producción de calor y
éste se pierde en mayor medida en el agua, con lo que la hipotermia llega
rápidamente.
He aquí
la paradoja: ambas hipótesis son científicamente válidas, aunque son
antitéticas. La hipótesis identificada con un signo positivo queda anulada por
otra hipótesis identificada con un signo negativo. El resultado aritmético es
igual a cero. El experimento no enseñó nada y careció de relevancia.
De
hecho, la historia reciente demuestra que ninguno de los experimentos
realizados en los campos de concentración nazis fue de utilidad para la ciencia
médica. Sin embargo, dichos experimentos eranintra speciem, el ideal de
los científicos de nuestros días, que más de 50 años después siguen
efectuándolos, con lo que violan no solamente todos los preceptos morales, sino
también toda la lógica científica.
ENSAYOS
CLÍNICOS
Los
ensayos clínicos son indispensables e inevitables. Paradójicamente, podría
decirse que si no se realizaran uno acabaría por llevarlos a cabo de
todas formas. ¿Qué significa eso? Significa que si no se realizaran ensayos de
forma sistemática y planificada en instituciones equipadas a tal efecto, y si
los medicamentos nuevos fueran comercializados sin haber sido probados con
anterioridad, los primeros sujetos experimentales involuntarios serían las
primeras personas que los tomaran, con todas las posibles consecuencias
–algunas de las cuales serían desastrosas– que podría haber. Todo nuevo
medicamento o procedimiento diagnóstico debe ser probado con personas. ¿Y dónde
está el problema? El problema está precisamente en la selección de dichas
personas. Analicemos los criterios que deben guiar nuestra selección.
Ensayos
con voluntarios sanos. Este método es inaceptable, por
motivos técnicos y éticos.
La objeción
técnica principal es que los medicamentos generalmente son
administrados a personas enfermas, mientras que los voluntarios son, por definición,
personas sanas. No es preciso ser un experto para darse cuenta de que un
organismo enfermo no es igual que un organismo sano. Hasta la más simple de las
enfermedades es capaz de cambiar muchos parámetros biomédicos (a veces todos)
de maneras que pueden ser cuantificadas e incluso de formas que están más allá
de nuestra capacidad de cuantificación. Como resultado de ello, la mayoría de
las reacciones de una persona enferma son diferentes de las de una persona
sana. Pueden proporcionarnos alguna indicación, pero son demasiado vagas para
resultar válidas en términos científicos, especialmente cuando un concepto vago
e impreciso puede llegar a ser transformado en la práctica en un peligro real y
concreto.
La objeción
ética es la siguiente. Los ensayos se llevan a cabo con voluntarios,
es decir, con personas que aceptan la responsabilidad de lo que les pueda
ocurrir. ¿De qué tipo de voluntarios se trata? Es posible que se trate de
voluntarios pagados, lo que representa una clara contradicción. No es justificable
que unas personas asuman esos riesgos, ni siquiera cuando la necesidad les
obliga a vender sus cuerpos para convertirse en “pacientes”. El concepto de
necesidad puede abarcar situaciones que van desde las peores formas de pobreza
y hambre hasta el simple deseo de comprar una motocicleta. Por tanto, no
debería ser responsabilidad exclusiva del voluntario demostrar la naturaleza
voluntaria de su participación; todo lo contrario, es obligación de los
investigadores decidir sobre la legitimidad ética de poner en riesgo la salud
de otros. ¿Cuándo pueden estar seguros de que se encuentran dentro de los
límites de dicha legitimidad? “Nunca”, ésa es la respuesta simple y absoluta,
incluso cuando nos referimos a la categoría de los experimentos con voluntarios
que “estén preparados para sacrificarse por el bien de la ciencia”. La sociedad
humana se fundamenta en determinadas normas o convenciones aceptadas por la
mayoría. El sacrificio mencionado se desvía claramente de esas normas, por lo
que una conducta desviada de ese tipo solamente puede ser un signo de
inestabilidad mental. Todo ello anula el concepto de participación
“voluntaria”.
Los
investigadores nos aseguran lo siguiente: “cuando reclutamos voluntarios les
explicamos con precisión y objetivamente el objetivo del experimento y cómo se
llevará a cabo, los controles que se aplicarán, y los riesgos que correrán (que
siempre se califican de ‘insignificantes’)”. Sin embargo, la realidad es menos
tranquilizadora. Como norma, la transacción entre el conejillo de indias
voluntario y quienes desean realizar el ensayo se deja en manos de “persuasores
profesionales”, enviados por la compañía farmacéutica interesada. Ellos saben
cómo ganarse la confianza y la simpatía de los voluntarios para convencerles de
que la elección depende exclusivamente de su voluntad, que nadie tratará de
obligarles a actuar en contra de ella y que ellos, los “persuasores” son amigos
y consejeros suyos, más inclinados a disuadirlos que a animarlos.
Sin
embargo, ¿qué tipo de convicción puede formarse en la mente de una persona lega
en la materia que escucha cómo le hablan de “transaminasas, fosfatasas
alcalinas, o función hematopiética”, unas palabras que son inteligibles para el
persuasor pero que para la víctima solamente poseen el efecto hipnótico de las
promesas realizadas por el oráculo de Delfos?
Ensayos
con engaño. Los ensayos que se realizan con pacientes que
sufren una determinada enfermedad, persuadiéndoles para que acepten someterse a
una terapia o a un procedimiento diagnóstico útil para una enfermedad diferente,
lo que suelen conseguir inculcando a la víctima una esperanza ilusoria en sus
posibles efectos beneficiosos; por ejemplo, los responsables del ensayo pueden
probar una terapia antirreumática con un enfermo de cáncer después de
convencerle con afirmaciones vagas e imprecisas del tipo “Nunca se sabe si…”, o
“Se ha observado que…”, o cualquier otra similar, y dichas palabras normalmente
son suficientes para aprovecharse del desventurado paciente, cuyas defensas
psicológicas pueden ser quebradas con un poder de persuasión muy reducido y con
la ilusión de una frágil esperanza.
Ensayos
homólogos. Estos ensayos clínicos son legítimos desde el
punto de vista técnico y éticamente aceptables. Son homólogos (relacionados)
con el paciente, porque se entiende que la investigación se desarrolla en
beneficio del paciente en particular, y no para el de otros ni para el de la
comunidad; también son homólogos con la enfermedad, es decir, están
relacionados con la enfermedad para cuyo tratamiento se llevan a cabo los
ensayos, y exclusivamente con dicha enfermedad. Los ensayos homólogos deben
estar sujetos a unas normas muy estrictas:
1. El participante en el ensayo debe estar aquejado de una enfermedad. Por
tanto, los voluntarios deben quedar excluidos si están sanos o si padecen una
enfermedad diferente.
2. El medicamento o el procedimiento diagnóstico deben poseer
características que sean razonablemente aceptables para actuar en beneficio del
tratamiento de esa enfermedad concreta.
3. El paciente debe dar su consentimiento. Si no puede otorgar su
consentimiento por padecer alguna incapacidad, debe solicitarse el permiso a
otra persona que esté capacitada para otorgarlo en beneficio exclusivamente de
los intereses del paciente.
4. El tratamiento o el procedimiento diagnóstico solamente deben ser
aplicados cuando no existan otros métodos conocidos para beneficio del estado
de salud del paciente.
Como
puede verse, el paciente está en el centro de todos los esfuerzos terapéuticos:
todo debe estar diseñado para mejorar su estado. Queda implícito que no debe
llevarse a cabo ningún ensayo en el que alguien sea sacrificado en beneficio de
otros muchos, porque eso es una aberración que ha provocado un gran daño y
sufrimiento a los “muchos” que constituyen colectivamente la humanidad, que
lleva siendo miles de años víctima en su conjunto de unos indeseables
“benefactores”.
Conclusiones
Las
siguientes conclusiones resumen el pensamiento antiviviseccionista en general:
1. Los experimentos que se realizan con animales de especies no humanas son
engañosos y por lo tanto causan perjuicio a la salud humana.
2. Los experimentos con seres humanos tienen unas limitaciones técnicas y
éticas muy estrictas.
En este
punto, un científico habituado a razonar exclusivamente en términos de
experimentación podría objetar lo siguiente: “¿En qué métodos podemos basar
entonces el progreso de la medicina?” La respuesta es que no hay ningún ámbito
de la ciencia que pueda confiar su progreso al método experimental
exclusivamente, y así ocurre también en no menor medida en el terreno del
progreso médico. En todas las disciplinas científicas, la experimentación va de
la mano de la observación de los fenómenos naturales. Esto es particularmente
cierto en el campo de la medicina. En realidad, podría decirse que la medicina
está basada en sus dos terceras partes en observaciones y en una tercera parte
en la ciencia experimental. Desafortunadamente, la parte experimental fue
absorbida desde el principio por el gran error metodológico que representa la
vivisección.
En
consecuencia, la vivisección ha sido un error global y debe desaparecer. Los
futuros investigadores, que estarán libres de dicho error, podrán basar la
investigación médica en unos fundamentos genuinamente científicos. Eso
requerirá efectuar una revisión total, difícil y desagradable de todos los
conceptos que se han enseñado hasta ahora y que han actuado en detrimento de
todos nosotros y de la profesión médica. Los futuros investigadores deben
devolver a la medicina la integridad científica que ha sido usurpada por la
aberración viviseccionista.
Sobre el
autor:
Pietro
Croce es una luminaria de la ciencia médica. Nació en Dalmacia en 1920, se
graduó en la famosa Universidad de Pisa, Italia. Cursó estudios en Denver, Ohio
y Barcelona. Entre 1952 y 1982 fue jefe del laboratorio de Anatomía Patológica
en el Hospital L. Sacco en Milán, Italia. Miembro del Colegio Americano de
Patólogos. Prolífico autor de libros de medicina y artículos científicos
publicados en varios idiomas.
*El
presente texto es un extracto de Vivisection or Science? An
investigation into testing drugs and safeguarding health,
Zed Books, New York, 1999.